Otro aburrido martes en clase de Clínica II. Creo que ya
escuché este tema 68 veces en el año. Igual, todavía no lo termino de aprender,
asi que abro mi cuaderno violeta, saco mi lapicera y me dispongo a prestar
atención y tomar nota de cada palabra que diga, en lo posible.
Más y más hojas donde escribo lo mismo, y que sé que no voy a volver a leer hasta 6
hs antes del exámen... Algo no estoy haciendo bien...
El doctor disertante anuncia que durante la clase va a
hacer preguntas a varios de nosotros para “prepararnos para el parcial”.
Mentira. Les encanta vernos sufrir, transpirar y temblar frente a sus preguntas
poco prácticas.
Pero yo no sufro, ni transpiro ni tiemblo cuando me
preguntan, si no que lo hago durante toda la clase. No funciono bajo presión.
El doctor se convirtió en un tremendo forro. Seguro ya se
había dado cuenta de mis nervios, y se guardaba la pregunta más difícil para
ver cómo me retorcía en el banco tratando de inventar una respuesta.
Yo solía hacer eso. A veces sí estudiaba, y un montón. Pero
en el momento de hablar, de dar una respuesta, la inventaba. Unía palabras
sueltas a ver qué me decían. Evidentemente los profesores sólo escuchan esas
palabras sueltas, porque me aprobaban.
El tenebroso disertante apagó las luces del salón y encendió
el proyector para ver imágenes de corazones dilatados y arterias
tapadas de grasa.
Empezó su discurso. Hablaba con la boca muy pegada al micrófono, apenas iluminado por el débil proyector de diapositivas. Me costaba tomar nota de lo que decía, no solamente porque apenas veía la hoja, si no
también porque era sumamente tedioso.
Empecé a notar que sus ojos estaban más claros, y se
fijaban en cada uno de nuestros rostros.
El maldito paranoico miraba hacia ambos costados, de manera
veloz y repetitiva, sin embargo sabías que te estaba mirando.
Acariciaba con movimientos circulares la base del micrófono y esos obscenos movimientos se hacían más y más rápidos. Me di cuenta que
estaba a punto de sufrir una transformación. ¿Acaso nadie más ahí adentro lo
notaba?
Había sido poseído por un espíritu maligno que pretendía hacer esos ojos cada vez más bizcos, su voz cada vez más perturbadoramente femenina.
Sus caricias al micrófono me hacían perder cada vez más la atención en lo que
decía, pero no podía dejar de ver cómo sus cabellos laterales se levantaban cada vez más, y cómo ese pelo de pronto se transformaba en enormes cuernos rojos.
¡SUS OJOS TAMBIEN ESTABAN ROJOS! Increíble que yo sola lo
estaba viendo. Cuando volví a poner atención en sus palabras terminé de entrar
en pánico: en vez de hablar de los tratamientos para la insuficiencia cardíaca estaba maldiciendonos a todos y jurando que ninguno de nosotros saldría con vida del oscuro recinto.
Hasta que llegó lo peor, dio un salto hacia atrás, elevandose unos centimetros del suelo y se posó sobre el atril de madera mientras gritaba y tiraba fuego por la boca.
¡Yo quería salir de allí lo más rápido posible! ¿Por qué
nadie corría hacia la puerta?
Hasta que me di cuenta que los alumnos aplaudían, su clase había terminado y nadie había resultado herido...
El cansancio a veces te puede hacer ver cosas extrañas a tu alrededor. Por eso ahora voy a empezar a dormir más la siesta.